Es cierto que para salir de fiesta en condiciones hay que estar entrenada.
Ayer debió de invadirme algún espíritu norteño, puesto que pese a la lluvia y el frío en pleno mes de agosto, seguí adelante con las cervezas y el patxarán. Para disfrutar relamente de la fiesta, hay que tener cuerpo de fiesta. Y, lo primero, saber reconocer cuando se tiene realmente ese cuerpo de fiesta.
Estrené los veinticinco años de forma un poco decadente. El jueves salimos, concierto, palique, kalimotxos (¿cuántos años podía hacer que no me tomaba uno?) y llegar a las 7 a casa (¿cuántos meses hacía que no llegaba a esta hora a casa?).
El viernes mi mayor hazaña fue poder llegar a pie hasta las txosnas...una vez allí no bebí nada y me quedé dormida en el suelo a eso de las 3. Sí. Encontré la excusa perfecta "hoy es el día de retomar fuerzas para mañana" y así me fui contenta a casa. Eso sí, a la mañana siguiente envié a un amigo el mensaje de la derrota: "estoy cabreada conmigo misma porque no aguanto una puta fiesta, bostezo cada diez segundos...". Tal cual, bostezaba cada diez segundos.
Pero el sábado, gracias al espíritu norteño pude darlo todo como nunca, tanto que acabé resbalando y cayendo de culo en el suelo enchumbado de un bar. Emperretada en dormir en un césped y haciendo un poco de humor canario a los vascos.
Vitoria, tal cual la recordaba, una ciudad que no está nada mal, pero en la que a mí me costaría vivir. Un clima impracticable, como siempre. Pero de fiestas es genial, hay ambiente fiestero por todos sitios, gente por todas partes, muy buen rollo y muy muy muy poca policía, cosa que es de reseñar.
¡¡Poca policía, mucho patxarán!!
Ah, de este arbolito sale el patxarán.
Me despido de las fiestas con esta canción:
¡Y hasta la próxima!
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