sábado, 18 de junio de 2011

Asistolia

Es una palabra que usamos los médicos para indicar que el corazón se ha parado.
Hay una parada cardiorrespiratoria. Todo para, nos miramos y todo cambia. No importa la causa, al menos en un principio: empezamos de cero, todo es nuevo. Reanimación cardiopulmonar. Compresiones, insuflaciones. AMBÚ. Adrenalina. Homeostasis.
Aunque el corazón se pare, estaremos media hora volcados en él. Varias personas luchando con sangre, sudor y lágrimas...por un pequeño músculo ajeno. Si tras media hora todo sigue igual, sólo resta comprobar la muerte. Yo, con solo un año de experiencia profesional ya lo he vivido, en medio del barro y la mierda, en un lugar difícilmente accesible a los servicios sanitarios de urgencia, aquí, en el primer mundo, en el mundo civilizado, en el puto gueto. Lo he vivido demasiado pronto y con una persona conocida, con cara, nombre, apellidos e historia.
Se dejó morir. Pero no esperábamos que fuera a ocurrir tan pronto, ni de esa manera. Llegué y me reconoció, me habló, me supo explicar que le pasaba. Primero pérdida del control de esfínteres, parálisis muscular, hormigueos y temblores. Cara de pánico. Cara de muerte. Cara de saber que iba a morir. Agarrarse a mí, tan tan fuerte...y mirarme con cara de pánico. De pronto perdió la consciencia. En segundos el pulso periférico. El pulso central. El latido cardíaco. Asistolia, sí. Y no hubo manera de sacarlx de ella.

Es imposible de explicar la marca que sabes que te va a dejar. La primera vez. Sus ojos fijos grabados a fuego en mi retina. Sus últimas putas palabras. La caca que le manchaba el cuerpo. La rigidez, la frialdad. Desnudx sobre la tierra en un paraje inhumano. La gente gritando alrededor.

Es imposible sentirlo, sentir la tensión, sentir lo que sientes tras ese momento en que se llevan el cadáver. Me doy la vuelta, marcho como una autómata herida. Tras dos horas, por fin puedo llorar. Es el momento. Ahora empieza todo. Empiezo a llorar. Empiezo a sentir culpa pero rápidamente sé que no he de ir por ahí. "Siempre se puede hacer mejor" me digo. "Elsa, no vayas por ahí" me dicen.
Un chico, un desgraciado, sin techo, sin dinero y sin cariño, uno que me conoce, se acerca y me dice: "¿Puedo abrazarte? Tu profesionalidad no está en duda".
Después de llorar me quedé callada, muda, con la mayor cara de seriedad que he tenido en mi vida, eso seguro. Salí de trabajar, cogí el tren como cada día. Pero no miré los minutos que quedaban para que llegara, no elegí la canción para escuchar por el camino. Llegué a mi casa. No pude atender a nada, no pude concentrarme en nada. Ducha. Tras dos horas de aparente calma, rompí a llorar. Un llanto inconsolable, ansioso, desatado, incontenible. Luego, el dolor de cabeza. Ya de madrugada me dormí. En sueños, lo reviví todo minuto a minuto. Cuando desperté, su cara en mi cerebro. Boca abierta, ojos fijos, desnudx. Muertx. A lo largo del día he tenido esa tensión en los ojos previa al llanto...pero no lloré.
Esta noche, tras la ducha, tras relajarme y tumbarme en mi hamaca colgante...rompí a llorar. Aún queda más. Imágenes fijas, momentos inolvidables.

Nunca olvidaré su nombre, su edad, sus patologías de base, su voz y su sonrisa.

Lo más importante es que hoy me desperté y las primeras palabras que dije fueron: "¡paradas cardíacas a mí!". Y dentro de mí yo sé, con toda certeza, que la próxima vez que me pase lo haré diez veces mejor.

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